Cuando
se trata de evaluar un riesgo, hay un gran riesgo, valga la
redundancia, de elegir un número equivocado.
Los
científicos suelen medir los efectos de un comportamiento
arriesgado para la salud mediante la comparación de cómo
a dos grupos diferentes les afecta dicho comportamiento.
Hay
dos maneras comunes de hacer una comparación, las cuales
suelen producir números muy diferentes que deben de ser
interpretados de manera muy diferente por el público
en general.
Cada
manera puede ser apropiada, dependiendo de la situación
y de la audiencia, pero hacer caso a una sin considerar la otra
es una receta para la confusión.
Una
noticia reciente demuestra cómo dos conjuntos de números
pueden describir una misma situación.
Un
estudio realizado por investigadores de salud pública,
incluyendo varios de la Universidad de Harvard, encontró
que el consumo adicional de una porción o ración
de carne roja procesada cada día está asociado
con un aumento en el riesgo de muerte cada año en un
20%.
Sin
embargo sólo se producían dos muertes más
por cada 1.000 personas al año entre los que ya comían
esa ración extra de carne roja procesada, un aumento
porcentual de solo 0,2 puntos.
El
famoso estadístico británico Spiegelhalter, analizando
los resultados sobre el estudio de carne roja para la British
Broadcasting Corporation, determinó que si el consumo
de carnes rojas realmente acorta la vida en lugar de simplemente
estar asociado con mayores tasas de mortalidad, los resultados,
trasladados a la típica persona de 40 años de
edad que participaba en el estudio, indican que en lugar de
llegar a vivir hasta los 80 años dicha persona viviría
79 si deseara añadir una hamburguesa extra al día
a su dieta.
Ese
año extra puede parecer que no vale la pena para las
personas que les encante comer carne roja.